viernes, 4 de octubre de 2013

BERLIN MARATHON 2013 - LA MEJOR CARRERA DEL MUNDO

Todos los hombres libres, dondequiera que ellos vivan, son ciudadanos de Berlín. Y por lo tanto, como hombre libre, yo con orgullo digo estas palabras “Ich bin ein Berliner”


John Fitzgerald Kennedy (26 de junio de 1963)

El 29 de septiembre de 2013 el despertador suena a las 6. El dolor de garganta ha desaparecido y me encuentro francamente bien. Nos vamos a desayunar. Fátima se pone hasta arriba. Yo, un plátano, una barrita y un zumo de naranja. Volvemos a la habitación y hacemos tiempo, ya que hasta las 7:45 no hemos quedado. Ponemos el telediario y al poco empiezo a prepararme. Todo en su sitio y la bolsa para dejar al guardarropa con todo lo que voy a necesitar. Bajamos al hall.



Aunque el ambiente es muy distendido, los rostros reflejan concentración. Todos sabemos, o mejor dicho intuimos, hacia donde nos vamos a dirigir en apenas unos minutos. La salida es dentro de una hora, así que no hay mucho tiempo que perder. Salimos a la calle. Hace frio pero menos que ayer. Nos hacemos la foto de grupo y entonces me despido de Fátima. No era aconsejable que viniera a la salida por la multitud que hay. Me desea suerte y empezamos a andar por el mismo camino que emplee en mi trote de ayer. Hablando con un par de compañeros observo que le falta el chip en la zapatilla. Menos mal, estamos a tiempo y se vuelve al hotel a cogerlo. La calle por la que vamos es un auténtico peregrinaje de corredores silenciosos.



Enseguida llegamos a la valla de acceso, a esa a la que solo puedes entrar si tienes dorsal. Esa que separa a los cuerdos de los locos, a los cautos de los soñadores. La rebasamos entre grandes medidas de seguridad y nos caen unas cuantas fotos.



Ahora toca buscar nuestro stand de guardarropa (hay más de cien). Mi dorsal es de los últimos, así que está donde Cristo perdió el gorro. Me despido de dos compañeros. Y antes de dejar la bolsa, comienza mi protocolo. Saco el MP3 y vuelvo con la 2ª de Mahler. Esta vez es diferente. Frente a mí el Reichstag, a mi izquierda la cancillería, y a mi alrededor, los corredores se cuentan por decenas de miles. Acabo con el ritual. Me quito la chaqueta barata. Finalmente no la voy a llevar puesta para tirarla por el camino. La temperatura es buena. Además nos dan unos plásticos amarillos para protegernos. Me doy vaselina, me pongo la cinta del pelo y las gafas y me meto cinco geles en el bolsillo de las mallas. Me acerco al guardarropa y dejo mi bolsa convenientemente marcada.

A partir de aquí, comienza mi camino hasta la Avenida del 17 de Junio, esa que se sitúa entre la Puerta de Brandenburgo y la Columna de la Victoria, y donde se halla tanto la salida como la meta de la Maratón. Decido ir trotando un poco y haciendo algún estiramiento, ya que después no voy a poder. Las señales te van enseñando el camino hacia tu corral. El mío es el G. Cuando llegue tengo que ir al baño, ya se sabe, el del miedo. Sin embargo, en un lateral del camino veo que mucha gente, hombres y mujeres, han decidido hacer uso del baño al aire libre y ahí que voy. A partir de aquí el camino es más lento, ya se ve el corral, hasta que consigo entrar, después de que una voluntaria compruebe que ese es mi sitio. Avanzo un poco y me paro. A unos 100 metros delante de mí está el arco de salida. Tras él, los mejores fondistas del mundo y yo, compartiendo asfalto, sueños y emociones con ellos.



Apenas quedan 5 minutos. Hago unos pequeños estiramientos y mi corazón empieza a acelerarse. Por mucho que levante la cabeza hacia cualquier lado no consigo ver donde acaba la gente. En ese momento, comienzan los primeros compases de una canción que quedará grabada a fuego para siempre en mi cabeza desde entonces. Se trata de “Sirius”, la introducción del tema “Eye in the Sky” de Alan Parsons Project. Solo se ve interrumpido por una voz metálica: One minute. Una emoción indescriptible se apodera de mí. Thirty seconds. Pienso en todo lo que ha costado llegar hasta aquí. Fifteen seconds. No me llega la saliva a la garganta. Five, four, three, two, one…



Entonces, Haile Gebresselasie, el más grande de todos los tiempos, da un disparo al aire. Nosotros no vemos nada, pero lo intuimos todo. Lo que sí que vemos es una cantidad inmensa de globos amarillos soltados al aire. Empezamos a aplaudir como locos, tenemos que soltar la adrenalina por algún lado. El momento no se puede describir. Si uno no está allí, jamás podrá entender de lo que hablo.

A continuación, entran los tambores de Safri Duo. Por supuesto, no nos hemos movido ni un metro. Así durante un cuarto de hora. Entonces volvemos a escuchar “Sirius” y otra cuenta atrás. Ya en Zaragoza me entero de que dividen la salida en tres bloques, con su protocolo idéntico para cada uno. Unos metros más adelante empieza el movimiento y ocurre algo que me deja sin habla. Justo en ese momento, antes de empezar la aventura, veo a un montón de gente abrazándose. Parejas, hermanos, amigos. Abrazos que lo dicen todo. No saben lo que les depararán esos temibles 42 kilómetros, pero están juntos en esto. En ese mismo instante me doy cuenta de que ya he ganado. El hecho de estar allí ya es una victoria. Pase lo que pase.

Empiezo a avanzar, por fin. Caminamos y paramos conforme nos acercamos al arco. Y así hasta que llegamos a él. Ahora sí, cambio el paso por la zancada. Cruzo la alfombra. Estoy corriendo el Maratón de Berlín.



Avanzamos por la avenida. El ritmo es lento. No se puede cambiar, no hay ni un metro por cada lado con respecto a otros corredores. Adelantar implica recibir pisotones y codazos, de modo que decido esperar y adaptarme, aunque me gustaría ir más rápido. Pasamos la Columna de la Victoria, majestuosa. Avanzamos hacia la salida del parque y a continuación giramos a la derecha para cruzar el río y llegar al Moabit. El segundo kilómetro ha ido más rápido, pero el tercero se ha estrechado y ha vuelto a caer. Así, a trompicones, nos zampamos 5k en un visto y no visto. Salimos del Moabit y cruzamos el río por el puente junto a la cancillería, la única rampa de toda la carrera, de unos 30 metros, no os penséis. Volvemos a cruzar el río y en la bajada se produce una vista sobrecogedora, la avenida abarrotada de corredores. No se ve ni un mínimo hueco. El problema es que ya vamos por el km 8 y no he podido coger mi ritmo. Veo gente de mi corral que no llegará en menos de 5 horas. Desconozco el motivo de salir delante cuando no es ese tu lugar, pero si conozco sus consecuencias.

Al final de esta avenida me espera Fátima. No sé si podré verla. Desde que hemos salido los dos lados de la carrera han estado atestados de gente animando. Es brutal. Adelanto a un chino mandarín, con su gorro cónico y todo. Empiezo a buscar a Fátima donde habíamos quedado y ¡Bingo!, justo antes de girar a la izquierda. Le pego un grito porque ella no me había visto. Trata de hacerme una foto pero no lo consigue. Será que voy muy rápido. A unos que pasaron algo antes si que les saco foto.



Justo a continuación, una chica se tropieza con las vías del tranvía y da con su cara contra el suelo. El golpe retumba. Me vuelvo para comprobar que muy probablemente allí ha acabado su carrera. Hay que estar atento porque nos puede pasar a cualquiera. En el km 11, me empieza a molestar la uña que me reventé en la media de Soria y rezo porque no vaya a más. De forma inconsciente, cargo la pisada en el otro pie. Nos dirigimos hacia la Alexander Platz. La descomunal torre nos marca el camino, pero antes de llegar giramos a la izquierda para rodearla. Llegamos a una rotonda que es una pasada. Varias filas de gente se agolpan para animar. Comienzan a aparecer los daneses, vistosos y ruidosos. Debe estar media Dinamarca corriendo la Maratón.

A bajo ritmo, pero con paso firme, nos acercamos a la media maratón. Las calles siguen llenas de gente. Unos chavales han sacado al balcón de su casa, un primero, dos bafles enormes y han puesto música a tope. Hoy vale todo. En cuanto a la gente de la calle, es para vivirlo. Todo el mundo con silbatos, carracas, trompetas, vuvucelas o dando palmas durante 42 kilómetros. En los avituallamientos es donde peor lo paso. No dan botellas porque podría ser peligroso, y yo no soy capaz de beber del vaso sin pararme. Eso me penaliza el kilómetro correspondiente. De todas formas, los últimos kilómetros están saliendo mejor, moviéndome entre 5’20 y 5’30. Aunque sé que tengo que ganar algo más de tiempo, voy tranquilo y me encuentro bien, pero no súper.



Momento mágico. Debajo de un puente, un grupo está tocando en unos barriles tipo Mayumaná. Aquello retumba que no veas. Es inevitable incrementar el ritmo.
Paso la media con unos tres minutos ganados sobre las 2 horas. No es mucho. A partir de ahí llega una avenida muy arbolada, y al transcurrir por la sombra noto que tengo frío  El día es fantástico y llevo más de dos horas corriendo, por lo que no debería sentir ese frío. Este dato, y un herpes que arrastré la semana siguiente me confirman que debía estar corriendo con algo de fiebre. Quizás el frío del sábado me ha jugado una mala pasada.

En cualquier caso sigo avanzando, pero me cuesta mucho bajar de 5’40, por lo que no pierdo tiempo, pero tampoco lo gano. El problema es que no tengo margen y las sensaciones no son buenas. De todas formas sigo disfrutando de esta fiesta, tratando de saborear cada paso, por duro que este sea. Un cartel reza: “Bier 13 km.” No suena nada mal. Sigo arañándole metros al asfalto, a ritmo constante que solo varía cada vez que llega un avituallamiento y bebo hasta tres vasos de agua acompañada del correspondiente gel. El problema es que no digiero el agua. Llevo en el pecho el primer vaso. Por fortuna, la uña parece que va a aguantar, y también una del otro pie que he clavado en la zapatilla en un frenazo ante una cruzada de uno que iba a por agua.

A partir del 30, con las largas paradas en los avituallamientos, se me van los kilómetros a 6 minutos. Me estoy comiendo el escaso margen que tenía y creo que el tema sólo puede ir a peor. Atravesamos la K-Dam, una avenida de tiendas de alto standing de la que sólo quiero escapar. A la derecha hay un niño de 13 años tocando la batería de forma salvaje. ¡Qué espectáculo! En el 35,5 mis temores se confirman. Mi cuerpo ha dicho basta. La carrera se convierte en trote y el trote en paso. He reventado. Además no se trata del muro, no es un problema de energía que vaya a poder solucionar. Simplemente mi cuerpo no está en condiciones. Soy consciente de que me esperan 7 km que no van a ser fáciles, pero cuento con el apoyo de la gente. Además, esta parte del circuito la conozco y eso me lo hará más llevadero.

En el 37 giramos a la izquierda para enfilar la Postdamer Strasse que nos llevará a la Postdamer Platz. Allí tendría que estar Fátima, pero supongo que ya se habrá marchado, creyendo que habré pasado y no me ha visto. En esta calle, un chaval americano me ve arrastrando mis pies por el suelo, se fija en mi dorsal y no lo duda, se pone a mi lado y empieza a gritar como un loco: “Go, Dani, go, go” mientras me aplaude. No hay idiomas, no hay razas, no hay fronteras. Solo personas dándolo todo y personas que sólo necesitan conocer tu nombre para ayudarte. Gracias amigo. Gracias a todo el público. Lo que hacéis es impagable.

Efectivamente, Fátima ya no está. Encaro la Leipziger Strasse que acaba en el km 40, cuando se gira a la izquierda para afrontar el último tramo. Antes del giro, un corredor me adelanta mientras voy andando y me grita “come on”. Saco fuerzas de donde no las hay y consigo seguirle. A partir de aquí, que es donde está el último avituallamiento, consigo hacer lo que queda corriendo. No quiero pasearme por esta zona tan maravillosa, abarrotada de gente, apareciendo derrotado. Dejamos a la izquierda la Gendarmenmarkt, con sus iglesias y su sala de conciertos espectacular. Estoy reventado como nunca lo había estado, y sin embargo sigo disfrutando como un enano. La medalla está cerca (y la cerveza también).



Últimos dos giros antes de la Unter den Linden. ¡Qué ganas de ver aquello! Mis expectativas se superan. Aquí hay miles de personas. Hace dos horas han visto pasar a los hombres más rápidos del planeta, pero no decaen en su empeño por empujarnos hasta el final. Levanto la vista y la veo. La Puerta de Brandenburgo me contempla respetuosa. Aquella que durante años separó dos mundos, hoy nos recibe para unirnos para siempre a la gloria. Paso por debajo. Alzo los brazos. Mira al frente y me doy cuenta de que la meta aún está lejos, pero ya todo da igual.




Saboreo cada momento. Hay un montón de niños a la izquierda extendiendo sus manos. Las choco todas. Y ahora sí. 20 metros, 10, 5… y la atravieso. Levanto los brazos. Los 16 minutos que me he ido sobre las 4 horas son solo un número incapaz de reflejar la experiencia que acabo de vivir. Soy feliz. Ando unos metros, y ahí está, mi medalla. La que dice que acabo de terminar la carrera más maravillosa del mundo.



Sigo avanzando. Fotos, agua, isotónica, un plátano, una bolsa. La abro y encuentro un croissant de chocolate. Me lo zampo y sigo avanzando en busca de mi guardarropa. Solo pienso en encontrarme con Fátima y poderle contar todo. Recojo la bolsa. Me pongo la chaqueta y trato de llamarla de forma infructuosa. Sobrecarga en las líneas. Si consigo hablar con mi madre y le cuento que ya tengo mi medalla, y lo que ha costado conseguirla. Lo primero que le pregunto es si ha habido record del mundo, no me he enterado, y me confirma mis sospechas, pues por la megafonía me había parecido escucharlo. Wilson Kipsang había corrido en 2h 03’ 23”. Menudo animal. Y yo había corrido en la misma carrera. Mi madre tampoco puede hablar con Fátima, pero afortunadamente habíamos puesto un punto para quedar el día de antes. Entre tanto me voy comiendo unas barritas saladas. Allí estaba. Le doy un abrazo y le empiezo a contar…

De vuelta al hotel, encuentro con otros runners ye intercambio de vivencias. Rápidamente a la ducha y de ahí a comer. Sueño con una hamburguesa gigante y una jarra de cerveza. Nos encontramos en el hall con unos amigos cordobeses que buscan lo mismo. Lo encontramos a apenas 50 metros de la puerta.



De ahí a la siesta, y un paseíto por la noche para descargar las piernas. La cena la hacemos en The Level, y a continuación a la cama. A las 10 ya estamos en el sobre. Demasiada tralla.

Amanecemos a las 8. Después de hacer la maleta, tenemos tiempo de sobras para un último paseo por esta increíble ciudad. La isla de los museos, el ayuntamiento rojo y la Alexander Platz, esta vez sin correr. La resaca de la Maratón está en toda la ciudad. Las escaleras del metro son un lento peregrinar de cuerpos maltrechos, cojeras momentáneas y pies doloridos. Eso sí, nadie, incluido yo, ha perdido la ocasión para lucir sus camisetas, chaquetas e incluso medallas conseguidas en la dura batalla librada el día anterior. Volvemos a casa con los deberes hechos.

Regresamos al hotel para las primeras despedidas, aunque será ya en Barajas cuando nos separemos de nuestros buenos compañeros de viaje. En el vuelo volvemos a coincidir con Miguel Gamonal. Este año ha quedado el 20° con 2h 17’. No ha salido en los telediarios, ni en la portada del Marca. Probablemente ni siquiera en el interior. Seguramente el desayuno de Messi o la novia de Ronaldo copaban lo que algunos osan llamar información deportiva. Para los que empezamos a saber lo que es el deporte de verdad, correr una maratón por debajo de 2h 20’ es de otra galaxia. Enhorabuena Miguel.



Después del avión llega el tren, y por fin Zaragoza. Aquí nos despedimos de Carmelo, con el que seguro que toca compartir algún entrenamiento por la orilla del Ebro. Llevo puesta mi medalla. Salí cinco días antes de ella con la promesa de traerla y aquí está. Por supuesto, nada de esto habría ocurrido sin todos los que estáis allí, empujándome e interesándoos por mi. Mención especial para mi infatigable compañera en todas estas locuras, Fátima, capaz de andar deambulando por Berlín durante horas mientras yo doy vueltas corriendo.



La semana siguiente es de recuperación, de análisis y de reflexión. El año que viene atacaremos París. Pero si hay algo que tengo claro, es que, no se cuándo, volveré a correr en Berlín.

Auf wiedersehen.

BERLIN MARATHON 2013 - ANTES DE LA CARRERA

Sentir antes de comprender.

Jean Cocteau. Escritor, pintor y coreógrafo.

Poco a poco voy asimilando lo que he experimentado estos últimos días, tratando de recordar los detalles, de guardar en mi mente el mayor número de vivencias que experimenté.

En pocas palabras, la Maratón de Berlín no es una carrera, o al menos, no tan solo. Se trata de una mezcla de aventura, pasión, amistad y compañerismo que va mucho más allá de las horas que dura el trayecto, sean dos o sean siete.

Iniciamos el viaje el jueves por la noche, cogiendo un tren que nos llevó a Madrid, donde pasamos la noche para, al día siguiente, estar a las nueve en Barajas. Allí nos esperaban Miguel Ángel, Joan y José, los encargados de coordinar nuestro viaje de la agencia Marathinez, cosa que hicieron de forma magistral. Allí también conocimos a otros compañeros de viaje, una pareja de Gijón y a Carmelo, otro maño que decidió emprender este reto, aunque él ya tenía más experiencia en estas lides.

Ya en la sala de embarque se empieza a intuir la dimensión de nuestra aventura. Zapatillas de running, chándales de equipos y bolsas de deporte empiezan a hacerse familiares. El avión está lleno de corredores. Las conversaciones no tienen que ver con la ciudad a la que nos dirigimos, sino que hablan de tiempos, de geles, de avituallamientos.

A mitad de vuelo me levanto para ir al servicio, y cuando vuelvo el chico de atrás me pregunta si voy a correr. Le contesto que sí, pero que llegaré más tarde que ellos. Él me contesta que sobre todo de su compañero. Se trata de Miguel Gamonal, campeón de España de Maratón en 2010 y 15° en Berlín el año pasado, con 2 h 13’. Casi nada. Eso sí, no viaja en business, como los deportistas de “élite” que le dan patadas a un balón. Me pego un buen rato hablando con ellos. Una gozada.

Casi tres horas después de despegar en Madrid, nos acercamos a nuestro destino. En ese momento ocurre algo que me hace tomar conciencia de aquello en lo que me he metido. La azafata del vuelo nos da la bienvenida a Berlín, nos desea una feliz estancia y a continuación dice: “y mucha suerte para todos los que corren la maratón”. Mis pelos como escarpias por primera vez, y serán muchas, durante estos cuatro días.

Aterrizamos en la maravillosa capital de Alemania a mediodía y una furgoneta nos espera para llevarnos al hotel, guapísimo y en pleno centro. Ese va a ser nuestro cuartel general. El nuestro y el de mucha gente.



Dejamos las maletas y a comer, porque a las 5 hemos quedado para ir a la feria a por el dorsal. Aquí nos encontramos con otros integrantes del grupo que volaban por su cuenta. Algunos primerizos, otros veteranos, pero todos con ganas de enfrentarse a las calles de esa ciudad que pisamos. La feria no tiene nada que ver con ninguna otra que haya visto. Adidas tiene un pabellón entero y hay stands para aburrir. Por supuesto, después de recoger la bolsa y el dorsal, el 34.786, algún trapito cae, por mi parte y por la de Fátima. También aprovecho para dejar un recuerdo en "el muro" para los Beer Runners.







Esa noche, cenamos en un italiano junto al hotel con los de la agencia y Carmelo y a dormir, que el día ha sido largo y hay que madrugar a la mañana siguiente.

El sábado a las 7 suena mi despertador. He decidido aclimatar mi cuerpo para el día siguiente, así que me calzo las zapatillas y me voy a trotar. Me dirijo a la salida pasando por la orilla del Spree, dejando a la izquierda el Reichstag y llegando al Tiergarten. Estoy totalmente enamorado de esta ciudad.

En la zona de meta están montándolo todo. Por la tarde es la prueba de patinaje en línea y tiene que estar listo. Continúo mi camino hacia el monumento al holocausto y de allí para el hotel. Me he cruzado con cientos de runners de todos los países imaginables en mi pequeño entrenamiento. Una pasada. En el hotel subo al gimnasio a estirar y de allí a la ducha y a desayunar con Fátima que ya está en pie.

De ahí nos vamos a hacer un recorrido por los puntos por donde me puede ir a ver durante la carrera, pasando por la zona de salida, que impone muchísimo respeto. A continuación, un poco de turismo. Puerta de Brandenburgo, Postdamer Platz y el Muro.







Comemos a la ribera del Spree rodeados de corredores por todos lados. Se respira Marathon por cualquier rincón de la ciudad. Después, antes de la siesta, nos vamos a ver la prueba de patinaje, alucinante. El ganador empleó menos de una hora en hacer la Maratón.



Tras la siesta, nos vamos a Checkpoint Charlie. De ahí a cenar en el mismo italiano que el día de antes. Allí nos aguarda esta sorpresa:



He cogido algo de frío en la garganta, pero un café en The Level, nuestro privado del hotel, me la ha arreglado. La noche toledana me espera, y digo toledana porque si ya de por si es difícil conciliar el sueño antes de cualquier carrera, lo de esta bate todos los records. Pese a todo duermo bien, levantándome una sola vez. Mañana nos espera un gran día.

sábado, 21 de septiembre de 2013

EL CIELO SOBRE BERLÍN

La única posibilidad de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá de ellos, hacia lo imposible

Arthur C. Clarke (1917-2008) Escritor inglés de ciencia ficción.

Y una vez vueltos de vacaciones, mi mente sólo tiene una palabra: BERLÍN.

A partir de ahora he dejado aparcada la bicicleta, apenas voy a nadar y los otros deportes por la tele. Únicamente voy a dedicarme a correr.

Hasta me he dedicado a ir a ver correr a otros, por ejemplo a este pedazo de crack llamado Ayad Lamdassem, décimo en el último Maratón de Londres.



Para preparar la Maratón, me he programado un buen puñado de entrenamientos de entre 5 y 15 km casi todos los días, alternando un par de carreras, la 10k de Bomberos de Zaragoza y la Media Maratón de Soria, a 3 y 2 semanas de Berlín respectivamente.
Por supuesto, estas dos carreras me las planteo como un entrenamiento más, sin ir a buscar marca, sino coger ritmo.

La de bomberos es una carrera guapísima, con un recorrido muy llano, predominando la bajada, que lo hacen increíblemente rápido. Además quedamos los Beer Runners para ir juntos a la salida y después de la meta para tomar la cervecita que hace honor a nuestro nombre.



Mi intención inicial era rodar a 5’ el km y apretar en el último, pero dado el perfil, es inevitable correr más. Al final la hago en 47’. Fer, Rodri y mi cuñado Javi hacen unos marcones.

Apenas 6 días después me veo en Soria para hacer el test definitivo. La idea es bajar de 1h 50’ en esta Media a la que le han cambiado el recorrido y que espero, en vano, que sea más suave.



El día es buenísimo para correr y las calles están llenas, como siempre por estos lares, pero el recorrido es un rompepiernas total. No has acabado de bajar y ya estás subiendo y viceversa. En cualquier caso, pongo el plan de ritmo constante y este da sus frutos, bajando con holgura de lo previsto y sin haber dado todo lo que tenía. En el momento que cruzo la meta acaba lo que podríamos llamar el entrenamiento. A partir de aquí comienza el descanso “activo”. La mala noticia es que la costura de las medias me ha producido una ampolla de sangre en un dedo del pie izquierdo, aunque luego no resulta ser tan grave. En cualquier caso, las Medilast quedan desterradas para Berlín, usaremos la Compressport.



Y ahora sí. La próxima vez que estéis leyendo este blog será para saber que ha pasado en la capital germana. Hay una serie de cosas que ya me llevo en la maleta: la ilusión, la emoción, el gusanillo que lleva varios días o meses dándome vueltas por el estómago y la posibilidad de hacer un viaje que me conducirá a cumplir un gran sueño en compañía de Fátima.

Las que me traiga de vuelta las desconozco, pero algo me dice que voy a tenerme que llevar una maleta muy grande porque la vamos a gozar.

Siempre me ha gustado daros las gracias a todos los que me animáis y apoyáis cuando he acabado una carrera. Esta vez quiero dároslas ahora, ya que esta carrera la hemos ganado antes de salir. Dentro de una semana estaré corriendo codo con codo con algunos de los mejores maratonianos de la historia. Vale que su codo estará algunos metros por delante, pero el calor del público que sientan ellos lo voy a sentir yo por igual y cuando después de casi 4 horas pase bajo la Puerta de Brandenburgo exhausto y al límite de mi esfuerzo, volveréis a estar allí para darme ese empujoncito que me lleve hasta la meta.



Un fuerte abrazo a todos.

EL DESCANSO DEL GUERRERO

Descansar demasiado es oxidarse.

Walter Scott (1771-1832) Escritor británico.

¡¡¡Buenas de nuevo a todos!!! Ya paso el verano, y aunque tengo muchas cosas que contaros he tenido poco tiempo para contarlas. Vamos que no he parado. Si no recuerdo mal, lo dejamos en la Quebrantahuesos, aquella animalada en la que me embarque y de la que conseguí salir más o menos airoso.

A partir de ahí, me tome las cosas con cierta relajación, aunque antes de las merecidas vacaciones, decidí resolver uno de los objetivos que me había marcado para este año, una triatlón olímpica. La ocasión se presentó a finales de julio, con la dispuesta del I Triatlón Olímpico Bajo Gállego, en Zuera.

La semana de antes, tenía previsto hacer el ensayo en el Triatlón Sprint de la Ser, pero esa opción se esfumo por la triste perdida de un compañero que disputaba la prueba anterior.
Y llegó lo de Zuera. La organización era de sobresaliente, ya que había que llevar las bicicletas al embalse de la Sotonera, donde se nadaba, y también a los propios participantes.

Reconozco que no me preparé en exceso para esta prueba, a la que fui únicamente a disfrutar. De hecho, nunca había nadado 1.500 metros hasta ese día, lo cual se notó, pues salí del agua de los últimos. Puede que pudiera haber nadado más rápido, pero el desconocimiento de la distancia me hizo ser conservador.


El tramo de la bicicleta me fue mucho mejor, pues el recorrido era muy rápido, pudiendo sacar una media por encima de los 30 km/h. No obstante, pague el esfuerzo en aquello que teóricamente se me da mejor. Empecé a correr a buen ritmo, y por un momento pensé que podría bajar de 3 horas, pero el recorrido era un constante sube y baja en el que no pude encontrar el ritmo. Al final, me pase 6 minutos, y, lo más llamativo es que quede penúltimo. Estoy acostumbrado a quedar en mitad de tabla en las carreras, incluso en la primera mitad, pero aquí eran todos “mu” profesionales. En cualquier caso, fue una gran experiencia. El año que viene habrá que correr otra con gente más “normal”.


Y de aquí a las vacaciones, todo un mes de agosto en el que he procurado cuidarme para no perder el tono. La primera semana, en Austria, de deporte cero, excepto patear, que no paré.

De ahí a mi casa del Pirineo, con mi flaca a cuestas. Un par de días de trail running, otros dos de natación y dos más de bicicleta, uno de ellos haciendo Campo – Ainsa – Campo con sus dos correspondientes subidas al puerto de Foradada de Toscar. Buena excursión.


Por último, en Soria aproveche para trotar un poquillo por Valonsadero, cuna de grandes corredores.


Y ya de vuelta a Zaragoza, vuelta a la rutina. Y me encuentro con que en un mes estaré cogiendo un avión con destino Berlín para correr la maratón. Así que a ello nos ponemos. Afortunadamente, ya no hace tanto calor, y eso se agradece a la hora de entrenar.

domingo, 23 de junio de 2013

QUEBRANTAHUESOS 2013 - HOY HE ACARICIADO EL CIELO CON LA PUNTA DE LOS DEDOS

"Año tras año, contemplo maravillado esta interminable procesión de almas sufriendo por coronar mis montañas, bordear mis lagos y atravesar mis dominios"

Un quebrantahuesos. Documental QH 2012 Teledeporte.

Sábado, 22 de junio de 2013. 6 de la mañana. La alarma suena como cualquier día, pero este no es un día cualquiera. Es el que he elegido para buscar lo máximo que mi cuerpo puede dar, para tratar de encontrar mis propios límites. Es el día en que se celebra la Quebrantahuesos 2013, la cicloturista más emblemática y multitudinaria de Europa, probablemente del mundo, y aquella en la que un día allá por diciembre, entiendo que sin estar en mi sano juicio, decidí preinscribirme. Aquella en la que no salí elegido en el sorteo de plazas, pero en la que el azar quiso que mil de aquellos que si lo fueron, no formalizaran su inscripción, lo que me condujo irremediablemente a tener que enfrentarme a esta mezcla entre deporte, tortura medieval y búsqueda de uno mismo que suponen estos 200 kilómetros encima de una bicicleta.




La noche no ha sido ideal. La noche del viernes se echaba a la cama una maraña de nervios con forma de persona que trataba de hacerse a la idea de aquello a lo que se iba a enfrentar, de memorizar el recorrido e intentar, de forma totalmente absurda, trazar un plan para el día siguiente. De todo menos dormir. Pese a todo me levanto con unas ganas locas de comenzar, de saber que es aquello de lo que todos hablan pero sólo unos pocos conocen.



Desayuno a conciencia, nada que ver con las carreras de running. Aquí se trata de ir metiendo reservas en el cuerpo que luego seguro que necesitarás. Bajo con Fátima, infatigable compañera de andaduras como siempre, al encuentro de mi Babieca, quien, al igual que al Cid, ha de acompañarme en la conquista de un territorio inhóspito y desconocido.

Coloco el Garmin, los bidones y las bolsas con los víveres que me acompañarán en mi cabalgada. Dos barritas y siete geles en una, dos cámaras de repuesto y los desmontables para posibles pinchazos en la otra. El apartamento está en la avenida donde está la salida. En cuanto doblo la esquina me encuentro con un océano de más de 10.000 ciclistas esperando el momento. Incorporo una gota más a ese océano. Hace frío, pues son las 7 de la mañana. Llevo las perneras que me quitaré justo antes de la salida. La espera es larga y la tensión máxima. Algún comentario suelto, alguna broma, pero sobre todo concentración, mucha concentración.



Llegan las 7,30. Vuela un cohete. Contenemos la respiración hasta que explota y cuando lo hace estalla una especie de júbilo. Son ganas de soltar los nervios que nos atenazan. Pese a que se ha dado la salida, han de pasar más de 20 minutos hasta que empezamos a andar. El avance es lento. Los pies fuera de las calas para evitar percances inoportunos.  La avenida da una vuelta por una calle y es donde por fin montamos en nuestra bici. Hay miles de aficionados jaleándonos. A la bajada de esa calle están los arcos que desembocan en las alfombras que marcan la salida. Pongo el Garmin y comienzo a pedalear. Hay mucha gente y yo procuro ir muy tranquilo. Esto va a ser muy largo.

Avanzo por el polígono y después por el centro de Sabiñánigo hasta que pierdo de vista la civilización y llego a la carretera. Un poco más adelante entro en la autovía y busco un grupo en el que acoplarme. En este momento tienes para elegir y encuentro uno que me lleva a un ritmo cómodo. La autovía hasta Jaca es muy llevadera, donde se pueden sacar medias muy altas. Un momento especial ocurre cuando se pasa por debajo del viaducto de Jaca, plagado de gente con pancartas que te animan y a los que saludas. Empiezo a disfrutar, y eso que hace bastante frío.

Según algunos, aquí comienza el puerto del Somport. Nada más lejos de la realidad, ya que hasta Villanúa no empiezan las rampas y hasta Canfranc Estación no se ponen serias. Realmente el puerto me viene hasta bien. Sirve para coger el calor que no tenía y sus rampas no son excesivamente duras. Además la cima está hasta arriba de gente y me siento como un corredor del Tour coronando en cabeza el puerto de la etapa reina. Aunque el desgaste no ha sido mucho, hago una parada larga. Un plátano, una barrita, Coca Cola y agua. Y una foto. Ya tengo el primer puerto en el bolsillo.



A partir de aquí comienza una bajada que, excepto alguna curva de herradura, es bastante fácil, pero el sol está escondido y ni el cortavientos y los manguitos son capaces de quitarme el frío. En cuanto se coge la carretera principal, la que va al túnel, comienza un tramo donde se puede correr mucho. Y eso es lo que hago, hasta que un bache me hace temer lo peor, que se confirma unos metros después. He pinchado. De nuevo alguien ha decidido ponerme a prueba, pero estoy ansioso por saber que es aquello del Marie Blanque, y sin perder un instante me pongo a la faena. En 12 minutos estoy de nuevo en ruta.

En ese momento me engancho a otro grupo de diez o doce en el que incluso doy algún relevo. De esa forma nos plantamos en Escot, la puerta del infierno. Ya en el pueblo, más por temor que por necesidad, paro para quitarme el cortavientos, y los guantes largos.
Los tres primeros kilómetros son una toma de contacto. El cuarto ya tiene unas rampas bastante duras. Pero es a partir del quinto donde empiezas a descubrir el mito de este puerto. Cuatro kilómetros de subida bestial sin un solo metro de descanso. Aquí la épica alcanza su máxima expresión. Si en algún momento paso por mi cabeza subir todo el puerto sin bajarme de la bici, esa idea se desvanece en un instante. La dama blanca no me va a permitir ninguna exhibición. Es en ese momento cuando los deseos se desmaterializan. El coche nuevo, la tele de plasma o un reloj de oro no son nada al lado de una gota de agua, un gramo de aire o un metro de sombra. En la naturaleza encuentro todo lo que necesito pero nada es suficiente. 

Han desaparecido las bromas y lo único que se puede escuchar en la lenta procesión son los jadeos de unos peregrinos que ansían llegar arriba de cualquier modo y acabar con ese sufrimiento.  Subo y bajo de la bici. Mis rodillas y mis gemelos se empeñan en recordarme que cualquiera de las dos opciones es la incorrecta. El último kilómetro me armo de valor, me subo al sillín y empiezo a pedalear. Paso a paso, pedalada a pedalada me acerco a la cima. Trato de buscar inútilmente más piñones con la mano, pero hace tiempo que llevo todo el desarrollo metido. Llega una curva de herradura a izquierdas, y poco antes escucho una gaita. Sólo puede ser una buena señal. Al momento lo corroboro. Alguien grita entre el público que el gaitero está arriba. Saco fuerzas de donde no las hay, alegro mi pedaleo y tras una curva a la derecha me encuentro con esa gaita que es auténtica música celestial.



Arriba no hay avituallamiento, pero eso no impide una larga parada y, por supuesto, una foto. Marie Blanque también está en el bolsillo, pero en su asfalto he dejado muchas cosas. También me llevo mucho, pero esa perspectiva la tendré después, con el sosiego que me de el descanso y el tiempo. Llevo más de cinco horas encima de la bici y queda, al menos, otro tanto.



Después de algunas curvas difíciles en el principio del descenso, llego a una zona de fabulosas praderas y paisaje espectacular. Vacas y caballos me acompañan en este terreno. Incluso me encuentro a un caballo en medio de la carretera al que esquivo sin perder de vista.

Aquí es donde está el avituallamiento. Una vaca que ha quedado al otro lado de la carretera del resto se esfuerza en hacernos saber que no le cuadran miles de ciclistas pasando por su terreno, rompiendo su monotonía. En el avituallamiento también me estoy un buen rato, reponiendo fuerzas y disfrutando del paisaje. Después, me monto en la flaca y sigo mi camino. Bajadita hasta Bielle y enlace hasta Laruns, segunda puerta del infierno. El Portalet no tiene rampas tan duras como el Marie Blanque, pero a cambio tiene 28 kilómetros de permanente subida, lo que lo convierte, de por si, en una animalada. Si a eso le sumamos los 120 kilómetros y dos puertacos que nos hemos metido ya, entonces cobra dimensiones sobrehumanas.

La única buena noticia es saber que es el último escollo, y que una vez que lo logremos, nada nos detendrá en nuestro camino a la gloria. En esas nos ponemos. Quitamos el plato y empezamos a jugar con los piñones en función de la rampa de turno. Paradas intermedias para tomar algún gel, descansar un poco o quitarme una piedra que no me deja meter la zapatilla en la cala. Cuando llego a la base de la presa del Lago de Fabrèges se me cae el alma a los pies. Se de sobras que hay que subir hasta arriba, y eso es mucho. Sin embargo luego no resulta ser para tanto, quizás por saber que una vez arriba vienen un par de kilómetros casi llanos y un avituallamiento. En este me detengo lo justo para reponer y continúo rumbo a España. A partir de aquí desaparece la vegetación y quedo expuesto a un sol que es de justicia. Empiezo a contar los kilómetros. 10, 9, 8, 7… En algunos tramos se ve la carretera que nos queda por andar. Es desmoralizante, pero mi única defensa es pedalear. No hay otra cosa que pueda hacer salvo rendirme, y eso es algo que no va a ocurrir. Finalmente corono el Portalet. Menos gente de la esperada, por el tema del corte total del tráfico, pero los que hay lo dan todo por animarme y eso es algo que agradezco. De nuevo parada y foto. Sólo un instante.



El avituallamiento está en Formigal, hacia donde me dirijo sin perder tiempo. El avituallamiento es en el parking de Sextas. Todas las veces que había estado allí hasta entonces era con mucha más ropa y cambiando las ruedas por esquís. Lleno los bidones, me como dos sándwiches y para abajo. Velocidad de vértigo en esta bajada, hasta que se tuerce la cosa en el giro a Panticosa. Era tan sencillo como seguir esa carretera por la que iba hasta Sabiñánigo, pero la Quebrantahuesos aguarda una sorpresa para el final, el puerto de Hoz de Jaca. Son apenas dos kilómetros, eso si, con porcentajes importantes. Pero ya solo quieres llegar. Apenas tengo fuerzas y a la primera rampa me bajo de la bici y empiezo a caminar como, por otra parte, hacen casi todos a mi lado. Sin embargo, muy pronto, igual movido únicamente por el impulso de saber que montado se va más rápido y de ese modo llegaré antes, me subo a la bici y empiezo a pedalear como nunca antes lo había hecho. El asfalto se convierte en cemento en la última y terrorífica rampa. Ya me da igual todo. Sigo y sigo hasta la más absoluta extenuación. En Hoz, el pueblo nos recibe con música y bailes regionales. Bravo por ellos. Unos niños me ofrecen agua que es agua bendita. Mi cuerpo hace tiempo que ha dicho hasta aquí, pero en ese momento mi cabeza le dice que ya no hay que subir ni un metro más, qué sólo me queda una hora cuando llevo ya más de diez encima de esa maldita bicicleta.

Con esas me lanzo a un descenso vertiginoso con varias curvas complicadas y un firme poco firme. Llego a la carretera general, de la que nunca debí huir y sigo bajando, esta vez sobre mejor asfalto. Biescas no tarda en llegar. He pasado mil veces por aquí. Ya soy capaz de imaginar lo que me queda. Además, para mi suerte, me adelanta un pequeño pelotón al que me uno al grito de "súbete al tren". Esta vez no estoy para dar relevos. Bajo hasta Sabiñánigo con ellos a un ritmo endiablado. Entrando a la circunvalación me suelto del grupo. No es que no pueda seguir, simplemente me apetece disfrutar del momento, guardarme cinco minutos para poner en orden mi mente y explicarme a mi mismo lo que acababa de hacer. Una fila de coches retenidos en el carril contrario me jalea en mis últimos metros. Giro a la derecha y ya diviso las pancartas. Pongo la mano en el freno, no es momento de enredar. Cien metros. Aprieto el puño. Dejo de pedalear y miro a mi alrededor.



Busco a Fátima y no la encuentro. Hace muchas horas que no he dado señales de vida, creo que desde el Portalet. Ella si me ha visto. Me voy a un lado, busco un metro cuadrado de césped y lo hago mío. Dejo tirada la bici y dejo tirado lo que queda de mi maltrecho cuerpo. Todavía no soy consciente de lo que he hecho. Llamo a Fátima que ya viene a mi encuentro. Aparece y me felicita. Llamo a mi madre y le digo que ya he llegado. Intento hablarle de la carrera y ahora si me doy cuenta. No soy capaz de articular una sola palabra. Las lágrimas y la emoción no me dejan. Trato de hacerlo una y otra vez y no puedo. Cuelgo, pero con Fátima pasa lo mismo y con mi hermano ni lo intento. Nunca antes había experimentado una emoción semejante, incluyendo las maratones. Pasan unos 10 minutos hasta que puedo volver a la normalidad. Me espera una fideuá, una ducha, una buena cena y una cama.



Poco a poco voy hilando lo que ha ocurrido como quien une las piezas de un rompecabezas. He buscado una meta que no estaba a mi alcance y he puesto todo lo que estaba en mi mano para conseguirla. Pese a ello, he sentido mis piernas flaquear, mi espalda doblar y hasta mi mente, que nunca antes decía que no, empezaba a fallarme. Pero os he escuchado a todos vosotros, que habéis estado en los buenos y en los malos momentos, que nunca habéis dejado de apoyarme, y esa voz ha tenido más fuerza que todo lo demás. Habéis dado esa pedalada que se me escapaba en el Somport, habéis empujado conmigo en Marie Blanque y habéis tirado de mi en el Portalet. Yo llevaba la bici, vosotros me llevabais a mi.

GRACIAS.

jueves, 20 de junio de 2013

10K Y PREVIA QUEBRANTAHUESOS - LA GLORIA A UN PASO

Amar es volar
¿Pero si no tenemos alas?
O será que las olvidamos.

Anónimo


Dos semanitas de transición. Las que van de la 10k de Zaragoza a la Quebrantahuesos. Si, si, ya, la Quebrantahuesos. Dos semanas, eso sí, de especial intensidad. Primero, vamos a lo pasado, la 10k. Por el camino pasaremos por la primera quedada de Beer Runners Zaragoza. Por último, compartiré con vosotros las horas previas a la gran cicloturista.

La 10k venía con un solo objetivo, bajar de 45 minutos, algo que se me había resistido hasta ahora. Durante toda la semana de antes la preparé a conciencia, acumulando bastantes kms y aumentando distancia y ritmo progresivamente. El calor me acompañó algún día, pero recordando lo del año pasado en esta misma carrera, decidí esforzarme al máximo por si acaso.
El día de la carrera amaneció muy nublado y estaba claro que calor no iba a hacer, pero de ahí a la tromba de agua que nos cayó durante todos y cada uno de los 10.000 metros va un trecho.
En cualquier caso la lluvia puede ser mala de cara a una carrera más larga, pero para una de 5 o 10 km hasta se agradece.



En esta ocasión hemos ido Miguel, Héctor, Fernando, Rodrigo, Johny y yo. También está Javi, el marido de mi prima, introduciéndose poco a poco, pero con paso firme en este maravilloso mundo.



A las 10 en punto se da el pistoletazo. El agua cae con fuerza, por lo que es un buen día para estrenar mi nuevo Garmin para triatlón. Esta vez sí que nos hemos pegado a la liebre de 45’. La salida, como siempre, algo trompicada, máxime cuando además de esquivar a la gente hay que esquivar los charcos.



El plan es ganar algún segundo en los tres primeros km, perderlos en los cinco siguientes y darlo todo en los dos últimos. Hay bastante gente animando y eso me gusta. El ritmo del principio está alrededor de 4´15” – 4´20”. A diferencia del año pasado, puedo aguantar este ritmo sin problemas. Poco a poco, voy adaptando mi ritmo a 4´30”. Llega el avituallamiento del km 5 y no tomo ningún gel. Cojo agua y apenas bebo un sorbo, con la que está cayendo no hace falta más. Enfilo Cesáreo Alierta consciente de que ha llegado el momento de administrar rentas. En la bajada del túnel suelto brazos y en la subida braceo. Del 5 al 8 se ha ido el tema a 5´40” y a partir de ahí tengo que recuperar casi 20 segundos y lo habré hecho. Me pongo a la faena. El noveno en 5´22” y el décimo en 5´15”. Cuando mi Garmin marca 10 quedan más de 200 metros para la meta y lo paro. Esa distancia de más en una maratón se puede deber a una trayectoria distinta a la más corta. En una 10k es un claro error de medición. El caso es que mi Garmin se ha parado 44´55”. Por fin, otra espinita que me saco.



Por delante de mi han llegado Héctor en 39, Miguel, que ya está en otra liga, en 43 y Fer algo por delante. A continuación llega Rodrigo. Todos hemos mejorado con respecto a la del año pasado y es que, para esto de trotar, mejor la lluvia que los 40º. Al acabar, como el tiempo no acompaña, cambiamos la cerveza en una terraza por un Cola Cao caliente en casa.

Y ahora iríamos con la Quebrantahuesos, a no ser porque a finales de la semana pasada, se convocó la primera quedada Beer Runners de Zaragoza. La lluvia, de nuevo, se ocupo de que esa primera quedada fuera más de Beer que de Runners, pero era la primera pincelada de un grupo que tiene muy buena pinta y en el que ya hay más de 200 miembros en Facebook.

Y ahora sí. Dentro de aproximadamente 32 horas estaré en la Avenida del Ejército de Sabiñánigo, junto a otros 10.000 ciclistas, para tomar la salida de la carrera ciclista por excelencia: la Quebrantahuesos. Por cierto, de donde duermo a la salida tengo apenas unos metros, ya que unos buenos y recién casados amigos, Alfonso y Ruth, han tenido el detallazo de dejarnos su apartamento. Un millón de gracias desde estas líneas.

Llevo toda la semana hecho un manojo de nervios. Me conozco el plano, el perfil, los desniveles de cada km de cada puerto al dedillo, como se reparten los avituallamientos a lo largo de sus 200 kms. El domingo pasado estuve entrenando en el pueblo con alguna rampa considerable, pero nada comparable a esos 4 kms al 11% que me encontraré en el Marie Blanque pasado mañana.

Perfil_qh

En cualquier caso, mi entrenamiento ha sido más mental que físico, consecuencia de que el objetivo, en este caso, sea disfrutar primero y llegar después. Pararé todas las veces que haga falta, me alimentaré e hidrataré permanentemente y haré todo lo que haya que hacer para llegar y, si al final no sale, volveré a casa con la cabeza bien alta por haberlo intentado.

Pero eso sí, solo la mera idea de estar pedaleando junto a miles de personas entre las montañas en las que tantos y tantos buenos momentos he pasado me pone los pelos como escarpias. No quiero ni pensar lo que voy a vivir allí, pero intuyo que va a ser algo muy grande.

A la vuelta os cuento. Quebrantahuesos, voy a por ti.